Para comenzar y dar contexto, cabe mencionar que antes de este peculiar incidente no había visto a mi queridísima Rous en al menos un mes. También vale aclarar que la señorita en cuestión y yo somos conocidas por que nos ocurren sucesos de otra manera inexplicables (mucho más frecuente a mí).
Entonces, en típica lógica linear-matemática-improbable, Rose luck + Poli luck: llanta ponchada.
Así, como lo leen. Pero empecemos desde el principio, shall we?
Tras pasar varios meses sumidas en un cúmulo actividades, Rozita y yo decidimos que una reunión del sector más macho/femenino de las dragas era justa y necesaria. Mi última semana de libertad coincidió con la primera de ella, así que acordamos vernos un jueves cualquiera que ambas podíamos.
Al principio todo salió bien: no me perdí demasiado para encontrarla, fuimos a un Wal Mart de compras
- si, lo primero que hicimos después de no vernos en tanto tiempo fue ir a un supermercado... ella por el banco, yo por esmaltes de uña (lo sé, WTF? pero soy yo niños...)-
comimos en ese lindo restaurante chino donde nos pusimos al tanto de los chismes de la otra, and so on and so forth.
Fue cuando Rous ofreció llevarme a casa que todo sucedió. Todo.
Nos decidimos por Reforma, ya que el GDF sigue de topo sobe Circuito, la vía más directa. Y no llevábamos tanto cuando le dimos a un bache justo.
El carro como que brincó, la llanta como que sonó -POP-, y como que creímos que algo malo había pasado.
Sólo para disipar dudas, un onomatopéyico shhhzzzzshhhhzzz nos sacó del reino de los supuestos para darnos la fría bienvenida al de la triste realidad. Teníamos una llanta ponchada. Y muy ponchada, al parecer.
Rozita se estacionó en una calle entre las calzadas esas -la virginal y la misteriosa- y a llamar al seguro. Por alguna razón, ella estaba segura de que la aseguradora pagaría la llanta ponchada. Yo tenía mis dudas.
Pidieron la dirección y fui a una pozolería que estaba convenientemente enfrente y oportunamente abierta. Me prestaron un menú y le llevé la dirección a Rous.
Calle Juventino Rosas, colonia Peralvillo.
Eso sonó alarmas en mi cabeza... no recordaba bien qué había escuchado sobre el lugar, pero algo me decía que dos jóvenes señoritas con una llanta ponchada en la colonia Peralvillo a las 10:30 de la noche no podía ser un buen augurio.
Estábamos en eso -entre la histeria/llamada/mensajeada- cuando de pronto nos sale de la oscuridad un señor ataviado de un chaleco verde fluorescente y franela naranja vivo, a preguntarnos si todo estaba bien.
- (¿Quién demonios es usted?) Esteeee..... Sí. Se nos ponchó la llanta.
Rose, claro, yo no articulé palabra alguna, tan absorta estaba en mi sorpresa.
- Se la cambio señorita.
- Ay señor, muchas gracias, pero ya llamé al seguro.
- Uy señorita... va a tardar. ¿Por qué no me llamó? Yo se la cambiaba.
- Pero cómo iba a saber yo, señor, si no lo conozco (y es la primera vez que lo veo en mi vida, o que se me poncha una llanta en la Peralvillo…).
No leo mentes, pero estoy casi-casi convencida de que es lo que la Rous pensaba.
- Mire señorita, me hubiera llamado. Para eso estoy. Trabajé muchos años de llantero en San Diego, en el over there, con un peruano que se llamaba (inserte nombre aquí... algo como Tony).
- Ay señor, ¿Cómo iba yo a saber? (no, en serio, ¿cómo íbamos a saber? WTF?)
Creo que sobra decir que para estos momentos estábamos las dos muy sacadas de onda, algo temerosas, entre carcajadas sofocadas, preguntándonos qué carajos nos importaba el que el franelero hubiera sido llantero en el “over there”, y por qué chingaos no se alejaba el tipo con todo y su franela naranja y llegaba el seguro (en ese orden).
En ese momento, gloriosamente, entró una llamada para Rozita y el señor se alejó, momento que aproveché para llamarle a The first of the gang to die, quien, estaba yo segura, era de los contados (si no es que el único) del planeta que entendería la situación en todo su esplendor/contexto/plenitud. Y no defraudó -la comprendió completamente.
Tras deleitarme con una sinfonía de sonoras carcajadas y tintineantes risitas por teléfono, sobretodo cuando regresó el señor a preguntarnos si éramos hermanas (no), universitarias (sí), qué estudiábamos (política...)
- respondido por Rous; de haber contestado yo las respuestas hubieran sido (novias), (sí), y (mecatrónica y etnomusicología)-
y a solicitarnos que como politólogas no nos corrompiéramos. Le pedí amablemente al carnoso que dejara de reír como colegiala japonesa en película cómica/romántica y nos prestara la más seria de las atenciones. Petición que ambos ignoramos: la situación no daba para eso y somos nosotros, de todas formas.
Lo que le siguió fue una serie de acontecimientos que no recuerdo bien, entre los que se mezclan:
- Tres amables jóvenes de la pozolería se ofrecieron a cambiar la llanta.
-El mecánico, cuando por fin llegó, nos quiso cobrar 80 pesos por ponerle aire a la llanta, seguida de una llamada al ajustador para verificar qué demonios (si hay tanto aire en la ciudad, mire, es como un bien nacional).
- Asesorías telefónicas de Paco sobre diversos temas (“No Rous, la llanta la pagas tú”).
- Héctor preguntándome perplejo si tenía pila y crédito ilimitado (creo que era una indirecta para que terminara la llamada, ahora que lo pienso).
- La pérdida en el background del llantero/franelero amante de los tonos eflorescentes.
- La preocupación de que no llegara el Pollo con mi taxi de sitio -no me iba a poner a buscar sitio en la Peralvillo a las 11:30, ni a dejar a Rous sola- después de una hora, cuando estábamos a 20 minutos a lo mucho de su casa (Héctor y yo sacamos conclusiones que no estaban completamente erradas). Y no poder llamarle porque convenientemente, me enteré, su celular no sirve más que para mensajes.
- El que le había dicho a mi mamá que estaba en la oficina terminando boletines (sí, me cree, porque lo he hecho en realidad), y no se le fuera ocurrir ofrecer recogerme al WTC.
- Que por fin llegara el Pollo echando chispas (fue Rous la que dio mal la dirección, lo mandó a la calle Peralvillo) y yo brincara vertiginosamente al taxi, dejando mis compras en el carro de Rose.
- Que el taxista estuviera poco complaciente, pero yo estaba demasiado ansiosa y preocupada como para notarlo, y terminé (creo) contentándolo con mi afable personalidad (sólo hacia taxistas... mejor verme linda y comadrezca a que me asalten o secuestren) y diez pesos de propina.
Total. Llegué a mi casa poquito antes de medianoche, murmurando algo de "harta chamba", y tratando de no pensar en que solamente a Rous y a mi nos pasa esto, y juntas. (Que por cierto, como está eso de "qué bueno que está Paola, por lo menos", Rous?)
¿Deberíamos de dejar de salir juntas? ¿Qué hubiera pasado si Héctor se hubiera unido a la odisea (Rous luck + Poli luck + Carnoso luck: ¿?)? ¿Cuales son las posibilidades? ¿Por qué demonios todo mundo se mostraba perplejo de que dos señoritas anduvieran en la Peralvillo en la noche-noche?
No saber... at all. Pero a todo esto, ¿importa?
Mejor no pensarle demasiado.
* Esta entrada está redactada para complementarse con el Rosigerante y The first of the gang to die POV con el afán de dar una experiencia complementaria. Esperemos que ambos blogueen sus respectivas partes pronto, y los conmino efusivamente a que visiten sus blogs para ver el resultado final.
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3 comments:
Me encantó.
Ya pronto el mío. Lo prometo.
No inventes, neta me da miedo salir contigo.
Oye, ¿y si nuestra tesis fracasa por recibir los mismos "aspectos metodológicos para hacer"la. (jajaja).
Wey, dile al Héctor que sí le entre.
Yo morí de risa al recordar. Por alguna causa no estaba de mal humor durante aquel episodio (quizá por haberte dicho todo el chisme y contar con tu apoyo, quizá porque era quincena, quizá porque, afortunadamente, conozco el rumbo) y eso ayuda a rememorarlo con harta gracia y luego hasta incredulidá.
Oyeeeeee, ya escribe más seguido. Ya sé que tu trabajo y las arañas panteoneras pero, o sea, TODOS tenemos un chingo de cosas, así que pon de tu parte.
Besos.
Lo de colegiala japonesa no tuvo madre, jijiji -risa de educanda nipona-. Saldré de mi retiro bloguero para escribir mi parte de esta historia.
Good Job!!!
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